El conde Louis-Philippe de Segur, embajador de Francia en la corte rusa, narra en su “Historia y Política de Europa de 1786 a 1796” un hecho con “un desenlace bastante ridículo por el personaje que fue objeto de ella, aunque al principio fuese cosa bastante triste y casi cruel”.
Una mañana llega a la casa del conde un hombre alterado, solicitando su intervención, por cuanto por orden del conde de Bruce, gobernador de la ciudad, le habían dado cien latigazos.
El conde de Segur, tenía un alto concepto del gobernador, dudando aún de tal información profundiza el interrogatorio, obteniendo la siguiente respuesta del atacado:
--¡Ay señor!, ¡si yo no lo conozco!. Yo soy cocinero; me enteré que el señor gobernador buscaba un cocinero, y me he presentado en su casa; me han hecho subir a su habitación, y al anunciarme a Su Excelencia, ha ordenado que me diesen inmediatamente cien latigazos, cosa que han puesto por obra en el acto.
El embajador escribe una carta al gobernador en la cual le solicita explicación de lo sucedido, enviando la mencionada carta con el agredido.
Pasan dos horas sin recibir respuesta, por lo que se dispone a ir a buscarla, cuando de pronto reaparece el cocinero que ahora no parece el de antes. Estaba calmado y su boca sonreía; la alegría brillaba en sus ojos.
--¡Y bien! – le dice- ¿Me traéis ya una respuesta?
-- No, señor, su Excelencia misma os responderá; pero no tengo ya motivo de quejarme; todo ha sido un error. No tengo más sino daros las gracias de vuestras bondades.
--¡Cómo! ¿Es que no os habéis quedado con los cien latigazos en el cuerpo?
--Si por cierto. Pero me los han curado perfectamente. Todo se me ha explicado. He aquí los hechos: el señor conde de Bruce tenía por cocinero un ruso nacido en sus tierras; este hombre, había huido, y según dicen robado. En estas circunstancias, me presenté para ocupar el lugar vacante. Cuando abrieron la puerta del gabinete del señor gobernador, él estaba sentado a su mesa, muy ocupado y volviéndome la espalda. El criado que me precedía dijo al entrar: --“Monseñor, aquí está el cocinero”, y su Excelencia sin volverse respondió –“¡Pues bien!, que le lleven al patio y le den cien latigazos, como he ordenado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario